by Pablo Neruda
Era el crepúsculo de la iguana.
Desde la arcoirisada crestería
su leengua como un dardo
se hundía en la verdura,
el hormiguero monacal pisaba
con melodioso pie la selva,
el guanaco fino como el oxigeno
en las anchas alturas pardas
iba calzando botas de oro,
mientras la llama abria cándidos
ojos en la delicadeza
del mundo lleno de rocio.
Los monos trenzaban un hilo
interminablemente erótico
en las riberas de la aurora,
derribando muros de polen
y espantando el vuelo violeta
de las mariposas de Muzo
Era la noche de los caimanes,
la noche pura y pululante
de hocicos saliendo del légamo,
y de las ciénagas soñolientas
un ruido opaco de armaduras
volvía al origen terrestre.
El jaguar tocaba las hojas
con su ausencia fosforescente,
el puma corre en el ramaje
como el fuego devorador
mientras arden en él los ojos
alcohólicos de la selva.
Los tejones rascan los pies
del río, husmean el nido
cuya delicia palpitante
atacarán con dientes rojos.
Y en el fondo del agua magna,
como el círulo de la tierra,
está la gigante anaconda
cubierta de barros rituales,
devoradora y religiosa.
Last updated January 14, 2019